No cante victoria, señor Rajoy: el 'problema catalán' sigue vivo


La número dos del PP, María Dolores de Cospedal, se apresuró a proclamar el pasado domingo, tras saborear con deleite el batacazo electoral de Artur Mas, "el fracaso" de la "aventura secesionista" en Cataluña. Craso error. Ha fracasado, y de forma estrepitosa, esta aventura -la de Mas-, pero eso no significa, ni mucho menos, que el clamor independentista de una parte muy considerable de la sociedad catalana se haya apagado. El rebaño se habrá quedado sin pastor, pero las ovejas no van a renunciar al pasto prometido tras el multitudinario acto de exaltación nacional del 11 de septiembre en las calles de Barcelona.

A partir de ahora empieza otra aventura distinta para los partidarios de la ruptura con España, que siguen siendo legión a juzgar por el escrutinio del domingo: el 58% de los votos fue a parar al cesto del independentismo o, cuando menos, de los defensores del derecho a decidir. El incierto desenlace de esa nueva peripecia dependerá de múltiples factores -cuándo, cómo, para qué...-, pero antes o después surgirá otro líder, mesiánico o no, que volverá a aglutinar los sentimientos identitarios de cientos de miles de catalanes -Catalunya es una nació- y a agitar los supuestos agravios -Espanya ens roba- tan torpemente manejados por Mas.

El problema catalán -o el encaje de Cataluña en España, como prefieran- sigue siendo un rompecabezas de colosales proporciones, y mal haría Mariano Rajoy si creyera que, neutralizado en las urnas el proyecto de Mas, el soberanismo ha quedado amortizado. Lo que ocurrió el domingo fue, simplemente, un movimiento telúrico dentro del independentismo, un corrimiento de tierras que ha desplazado el centro de gravedad de esa pulsión nacional desde el oportunismo conservador -en lo económico, en lo social- de CiU hacia el radicalismo sin caretas de ERC. Pero el desequilibrio de fuerzas en favor de los que aspiran a un Estado propio se mantieneprácticamente inalterable, según la foto fija del nuevo Parlamento catalán. Solo hace falta que alguien, en algún momento, reescriba la hoja de ruta hacia la secesión que Mas ha emborronado.

​La candidata del PP a la Generalitat, Alicia Sánchez Camacho, tampoco anduvo fina en la noche electoral. Aseguró que los partidos independentistas habían sumado 74 escaños, dos menos que en los comicios celebrados en 2010, atribuyéndole ese mérito, de forma implícita, al supuesto dique de contención levantado por ella misma. Pero, deliberadamente o no, omitió dos detalles nada baladíes: primero, que las formaciones españolistas tendrán ahora un asiento menos que entonces; y segundo, que los 13 escaños logrados por los ecosocialistas de Joan Herrera -que ha confesado sentirse más catalán que español y apuesta sin tapujos por un referéndum de autodeterminación- elevarían a 87 los parlamentarios que, en una Cámara de 135, se inclinan por la ruptura. O sea, casi el 65% del total.

El suicidio colectivo

​Es cierto que Mas, solo Mas, se ha metido en este descomunal embrollo, y que ni él mismo ni su pinyol de asesores deben saber ahora mismo cómo recomponer el monstruo que han creado, un jirón de carne aquí, un miembro mutilado allá, para intentar que ese Frankenstein independentista vuelva a ponerse en pie. ¿Con la ayuda de ERC? Tal vez. Pero su líder, el historiador Oriol Junqueras, ya le ha puesto precio a esas muletas: ayer mismo condicionó su apoyo al referéndum prometido por Mas a que éste renuncie a imponer nuevos recortes y ajustes. Es decir, que entierre sus principios neoliberales y se entregue al secesionismo republicano y de izquierdas de Junqueras. Piruetas más arriesgadas se han visto en el mercado delcompro-y-vendo de la política, pero CiU no le permitiría que arrastrase a la coalición a esa suerte de suicidio colectivo.

​La jugada difícilmente podría haberle salido peor al aún presidente de la Generalitat en funciones. Mas ha perdido su autoridad moral, dentro y fuera de su partido; el adelanto electoral le ha alejado aún más de la mayoría absoluta, que antes rozaba, dejándole en una posición de máxima debilidad política; ha perdido definitivamente a un posible aliado, el PP, que le ayudó a salvar los últimos Presupuestos, y a otro, IC-V, dispuesto a respaldar su exigencia de un nuevo marco fiscal; y, por si fuera poco, va a tener que pilotar una legislatura tan inestable y llena de sobresaltos que, muy probablemente, acabará también antes del pitido final.

​Pero, a pesar de tantos errores encadenados, de tantas expectativas frustradas, de la legítima alegría de sus rivales políticos por ese inapelable fracaso, del desgaste sufrido en todos los rincones de España -no solo en Cataluña- por el ruido monocorde del debate soberanista... Pese a todo ello, digo, el afán independentista de una buena parte de Cataluña no murió el pasado domingo en las urnas. Puede que el mesianismo y la arrogancia de Mas lo hayan dejado tocado, pero resurgirá, antes o después, a poco que Rajoy siga enrocado en su inmovilismo.

¿Pacto fiscal? ¿Reforma de la Constitución? ¿Federalismo asimétrico? Hay fórmulaspara explorar. Pero todas pasan por el respeto a la legalidad, la flexibilidad recíproca y la lealtad mutua. Es más que probable que el PSOE no regrese a La Moncloa hasta que refunde su proyecto... y su liderazgo, que no pasa ni por un ya amortizadoAlfredo Pérez Rubalcaba ni por un bluff inconsistente y mediático comoCarme Chacón. Y, sobre todo, hasta que recupere su tradicional y fiel granero de votos en Cataluña, condición sine qua non para gobernar en toda España. Pero mientras eso no ocurra -y parece que va para largo, tras los desplomes consecutivos en las generales de 2011 y las autonómicas de Galicia, País Vasco y ahora Cataluña-, es Rajoy quien, si el huracán de la crisis no lo arrastra, deberá lidiar por mucho tiempo con el irresuelto -que no irresoluble- problema catalán.
fuentes http://www.elconfidencial.com

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