La soledad del presidente


He visto al presidente y he tenido la sensación de que se sentía muy solo. Me ha recordado un encuentro que tuve con Pasqual Maragall cuando la crisis del Estatut”. Este comentario es de un amigo que estuvo recientemente con Artur Mas. Puede que la apreciación tenga un componente de subjetividad: las cosas son lo que son y lo que parecen. Pero leyendo la prensa de este fin de semana, el juicio no me parece infundado. Duran i Lleida, siempre en vanguardia, ya se ofrece como potencial sucesor si Artur Mas lo deja. Tres meses después de unas elecciones sugerir la disponibilidad para ser candidato es, además de poco elegante, sospechoso. Delata que algunos ya especulan con elecciones anticipadas, cuando la legislatura tan solo acaba de empezar. Y denota unas prisas insólitas para ofrecerse de banderín de enganche de los sectores reticentes al pacto de legislatura con Esquerra.
Oriol Junqueras, por su parte, advierte al presidente que su partido no votará los presupuestos si no son pactados previamente, lo que equivale a recordarle quien tiene la llave de la situación. En el seno de CiU, recuperando las viejas tradiciones de la casa, se extiende un movimiento que pretende buscar un pacto de financiación con el gobierno español a cambio de aplazar indefinidamente el calendario del referéndum, con la aquiescencia, por supuesto, de parte del mundo empresarial. Y lo promueven algunos que hace tres meses juraban por Mas y la independencia. En fin, como es bien conocido, el objetivo táctico del presidente Rajoy es el descabalgamiento del presidente catalán, condición indispensable, a su juicio, para que las cosas en Cataluña vuelvan a su cauce.

Duran i Lleida, siempre en vanguardia, ya se ofrece como potencial sucesor
A todo ello, hay que añadir los efectos de los casos de corrupción, que son demoledores de cara a la opinión pública, pero también letales para la vida interna de las organizaciones políticas: de golpe el imputado se convierte en un estorbo para el partido y se generan serias turbulencias, reforzados por la incerteza que genera no saber hasta dónde llegaran las malas noticias. El confuso caso de las escuchas telefónicas, que afecta principalmente a CiU y a PSC, transmite una sensación de chapuza que hunde la credibilidad de los partidos y demuestra que hay demasiada gente en ellos que no hace política, sino que juega a hacer política, que es lo propio de la “mala fe” en expresión de Jean Paul Sartre. La unidad que aparentan los partidos, con instrumentos tan escasamente democráticos como la disciplina de voto, esconde unas organizaciones fragmentadas en familias y lealtades personales, que viven siempre observando al colega por el retrovisor. La política es lucha por el poder y el primer enemigo es el compañero de partido que es el que te lo puede quitar en primera instancia. Cuando esta dimensión siniestra de la política emerge la desconfianza se multiplica y se pierde credibilidad y autoridad a borbotones.
La cohesión de los partidos se acostumbran a construir sobre dos factores: el imán del poder y la unión contra el adversario. Cuando un partido está al alza, difícilmente emergen las diferencias, ni aparecen las corrupciones. En momentos difíciles, es útil convertir al adversario en fuente de los problemas propios. Pero cuando la credibilidad de los políticos es tan limitada como ahora, el recurso tiene poco recorrido. Sin duda, algunas filtraciones de los últimos tiempos, especialmente en vigilias electorales, iban directamente a por Artur Mas y el proceso soberanista. Pero mantener este argumento cada vez que aparece un caso de corrupción es insostenible. La renovación a fondo del sistema de partidos es condición previa a cualquier objetivo de futuro. En su estado actual son demasiado vulnerables para poder emprender procesos realmente ambiciosos. La presión de los movimientos sociales es hoy la mejor defensa de la política, pero no se puede pretender que ellos carguen con la ineludible tarea de reformar el sistema político. Tampoco se puede vivir de la fantasía de que con la independencia todo lo demás se daría por añadidura. Es literalmente una utopía.
Artur Mas quiso dar un paso adelante y erró en el cálculo del tiempo y de la oportunidad. Ahora está atrapado por una triple tempestad: la crisis y el desdén autoritario con que la gestionó, que le castiga más que cualquier otro de los factores en liza; el desmoronamiento del régimen surgido de la transición del que CiU fue parte esencial, que demanda la renovación urgente de unos partidos de los que brota corrupción a borbotones; y la presión de las fuerzas contrarias al proceso soberanista. El resultado es una merma de autoridad y un aislamiento creciente. La soledad del presidente.
fuentes http://ccaa.elpais.com

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