Regreso al oasis suizo

Suiza siempre ha sido un balneario, pero ayer a la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin el recorrido en coche entre Zurich, en donde a primera hora de la tarde aterrizó el avión en el que viajaron desde Palma, y Ginebra les debió parecer aún más lejos del mundo que habían dejado atrás: el del ruido que los rodea como acusados en el juicio por el caso Nóos. Para el matrimonio Urdangarin se abre ahora un intermedio de calma relativa a la espera de que antes del 9 de febrero, fecha en la que se reemprenden las sesiones del juicio oral, el tribunal dictamine si acepta o no la petición de la defensa de la infanta Cristina, avalada por la Fiscalía Anticorrupción y la Abogacía del Estado, de dejarla fuera del proceso.
Pase lo que pase con Cristina de Borbón, nada librará a su marido de afrontar un proceso en el que la única luz al final del túnel es el alumbrado de un centro penitenciario. Ayer, Cristina e Iñaki se despertaron en Palma, donde, como en otros lugares, se vive un invierno que parece primavera. No salieron de la casa particular, ubicada en un barrio residencial de la capital mallorquina, en donde pasaron también la noche del domingo, hasta que al mediodía se dirigieron al aeropuerto. Deseaban volver a Ginebra, donde habían quedado sus cuatro hijos al cuidado de algunos familiares (entre los que podría encontrarse la reina Sofía), pero sobre todo querían reencontrase con su particular oasis suizo para aprovechar sus últimos días de paz.
Aunque el lunes por la noche, al salir del edificio de la Escuela Balear de Administración Pública, la pareja parecía más tranquila que a la entrada, aquella misma mañana, lo cierto es que dentro de la sala no pasó nada que no estuviera ya previsto. Sólo una cuestión escapó al guion: los cuchicheos entre Urdangarin y su exsocio Diego Torres que demuestran claramente que quizá, e incomprensiblemente, sea más lo que les une que lo que les separa. No sólo porque existe la posibilidad de que lleguen a un pacto conjunto con la Fiscalía y, a cambio de liberar a la infanta Cristina y también a Ana María Tejeiro, acepten sus delitos y una pena de prisión, menor en todo caso, de la que les podría caer. Sino porque no se entiende como Urdangarin pudo reírle las gracias a Manuel González-Peeters, abogado de Torres. Urdangarin parece haber olvidado que la estrategia de la defensa de Torres pasa por colocar a la Casa Real como cobertura de los negocios del Instituto Nóos. O quizá siempre la ha compartido porque también él creyó que sus parientes reales le iban a sacar de todos los líos.
Tanto la infanta como su marido consideran que el rey Juan Carlos, como ahora –y de forma inequívoca– el rey Felipe, le ha dejado en la estacada y, de alguna manera, mantienen la teoría ampliamente aceptada de que en tiempos del reinado anterior nadie les dijo que lo que hacían estaba mal. La infanta Cristina, además, compara la actitud de su familia con el apoyo incondicional que los Urdangarin prestan a su hijo más famoso. Como una piña, ayer mismo, los hermanos de Iñaki mandaron un mensaje a sus amigos y familiares reafirmando su confianza en que el marido de la infanta podrá, por fin, defenderse.
fuentes http://www.lavanguardia.com/politica/20160113/301363395669/regreso-al-oasis-suizo.html

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