Empieza la partida

Una nueva generación de jóvenes políticos ha irrumpido en la vida pública. Se han abierto camino con sus tertulias, sus discursos, su experiencia y su entusiasmo. Bienve-
nidos. La edad en la política es una variable bastante neutra. Prat de la Riba murió a los
47 años y dejó uno de los legados políticos más sólidos en la Catalunya del siglo pasado. Adenauer tenía 41 años cuando fue alcal-
de de Colonia desde 1917 hasta 1933 y accedió a la cancillería de la República Federal cuando pasaba de los 73 años. Justin Trudeau es primer ministro de Canadá a los 44 años y Reagan llegó a la Casa Blanca cuando contaba 70 años.
Lo más relevante no es la juventud ni el tiempo que se permanece en el poder, sino el trabajo acabado y la visión del futuro que ­tiene un estadista, joven o mayor. Catalunya tiene un nuevo president, joven, gerundense, independentista no converso, exalcalde que se formó en las juventudes nacionalistas de CDC. El viernes por la noche nos acostamos habiendo enterrado la legislatura más breve, nos preparábamos para abrir nueva cam­paña electoral para el 6 de marzo y entrar en un periodo de inte­rinidad que habría llegado hasta el verano.
Carles Puigdemont pasaba por allí y fue llamado a suceder a Artur Mas en el tiempo añadido de un partido que se había prolongado más de tres meses. El control de la velocidad del cambio casi se había escapado de las manos de los independentistas. Las prisas no son necesariamente malas en política. Pero el barullo de los últimos meses había agotado la paciencia de militantes y de ciudadanos en general. Así son las coordenadas de los pactos. Se ha salvado el proceso, Artur Mas ha salido porque le ha echado la CUP, los cuperos no han soltado la bandera republicana y sugieren días de inesperadas decisiones en los próximos meses, digan lo que digan los pactos firmados y sellados.
Se podría decir que se ha asistido a una secuencia, larga y tortuosa, de negociaciones difíciles en muchas democracias. El discurso del president Puigdemont tenía mucho de cortar y pegar. Afirmó que su programa de gobierno era el mismo de Mas. Puigdemont tiene labia y cualidades. Sus referencias a Girona son normales; pero seguro que sabe y tiene en cuenta que hay vida y actividades varias al sur del río Tordera y que la sociedad catalana anda dividida y perpleja sobre cómo se ejecuta la llamada desconexión con España. Me consta que en muchos territorios gerundenses se vive con gran naturalidad la ruptura emocional y práctica con el Estado.
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(Javier Aguilar)
Deseo todos los aciertos a Carles Puigdemont y al gobierno que componga. La estabilidad política es una de las experiencias más positivas para el progreso de cualquier país. Pero sus desinhibidas primeras declaraciones para subirse al carro de la declaración aprobada por el Parlament el 9 de noviembre tienen los riesgos de las líneas de alta tensión cuando rozan a un ser humano. Puigdemont ya advirtió que no “son épocas de cobardes, temerosos y flojos de piernas”. Él sabe que si se implementan los puntos del documento de ruptura aprobado por el Parlament entramos en una confrontación con el Estado que no sé qué formas ni qué alcance pueden tener. Hará falta valentía.
El nuevo president ha pasado la pantalla de los sentimientos, la ilusión y la voluntad del pueblo para entrar en el realismo que comporta un pulso con el Estado, ya sea presidido por Rajoy o por cualquier otro candidato que consiga ser presidente del Gobierno en Madrid.
Los primeros gestos de Puigdemont son seguros y simpáticos. Da la impresión de que puede recomponer las divisiones que latían en el seno de su propio partido y prolongar la cohabitación con Oriol Junqueras un año y medio o más. Pero la mirada suave y penetrante de Anna Gabriel en la sesión de investidura le advertía que el objetivo final era la república catalana tal y como se establece en la declaración del 9 de noviembre.
El reto de esta legislatura, que será corta, es cómo implementar la in­dependencia exprés que está sobre la mesa sin romper la legalidad ­democrática que supondría una declaración unilateral de inde­pendencia.
Hasta ahora hemos asistido a entrenamientos en los que el independentismo ha exhibido musculatura en las calles y en las urnas sin haber reunido a una mayoría de catalanes en una causa común. La partida empieza ahora. El futuro no está escrito y siempre se inventa. Sin embargo, pretender que el proceso seguirá sus trámites como si se tratara de una legislatura normal, teniendo a España en contra y sin el apoyo o complicidad de Europa, me parece una ilusión legítima, pero una ilusión.
Hay que dar tiempo y margen al nuevo president, que ha afirmado que las instituciones no actuarán fuera de la ley. Hará bien en tener en cuenta las formalidades vividas en Escocia y Quebec.
fuentes  http://www.lavanguardia.com/opinion/20160113/301363433152/empieza-la-partida.html

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