El carrito del Mercadona

Cada mañana, cuando a las 8 voy de casa al despacho, paso por delante de muchos hombres que duermen en los portales de los edificios o en los cajeros automáticos, tapados con mantas y cartones. Estos son los más afortunados porque duermen al abrigo del frío de la calle, pero también son los que tienen que levantarse más pronto porque las sucursales bancarias abren a las 8 y cuarto y el espacio donde han dormido, previo a la oficina, tiene que quedar con unas mínimas condiciones higiénicas. La mayoría tienen a su lado carritos de supermercado donde el día antes han ido metiendo los metales que han podido recoger de la calle o de los contenedores: restos de ventiladores, microondas que ya no funcionan, barras y placas que se hace difícil identificar de qué estructura formaban parte. Más tarde salen a dar un paseo a ver si encuentran algo más que les sirva y, a media mañana, se reúnen en el chaflán de las calles Floridablanca y Rocafort. Allí esperan la furgoneta que se detiene para recoger lo que han conseguido. No sé cómo les valoran la carga, si la de hoy es más o menos valiosa que la de ayer. Cuando la furgoneta se va, quedan todos con sus carritos vacíos e inician de nuevo la búsqueda para, al día siguiente, poder ofrecer al de la furgoneta un nuevo cargamento de metal. A menudo he imaginado una película donde todos los personajes empujan carritos de estos. Todos: hombres, mujeres, niños... Bien vestidos o en plan informal. Nadie va sin uno. Deambulan por las calles de la ciudad, van a la oficina, al bar o a la universidad, siempre con su carrito. (De hecho salen bien de precio. Sólo hace falta meter en el manillar un euro o una moneda de cincuenta céntimos, desencastrarlo del resto de carritos y salir confiando en que ninguno de los trabajadores del súper te detecte.)
Por eso me ha enamorado una fotografía que el domingo publicó el diario El Mundo para ilustrar una entrevista con Pedro Horrach, el fiscal anticorrupción del caso Nóos. Se lo ve sentado tras un escritorio con montañas de papeles y carpetas. Detrás de él, una estantería con más montañas de papeles y carpetas, además de archivadores de palanca y cajas de cartón de esas que llaman “de archivo definitivo”. A su derecha, junto a la pared, la bandera española en un mástil y, justo delante, un carrito de Mercadona lleno a tope de cajas de cartón precintadas con cinta de embalaje en la que se lee, en caja alta y el color verde corporativo, “Guardia Civil”.
¿Cómo ha llegado ese carrito al despacho de un fiscal? ¿Lo fue a buscar él personalmente para poner todas esas cajas que en el suelo habrían molestado en el momento de fregar? ¿Se lo llevó directamente la Guardia Civil al entregarle las cajas? En cualquiera de los dos casos, el uso –temporal o definitivo– del carrito ¿tiene la aprobación de Mercadona? Es una foto deliciosa que explica a la perfección la época en que vivimos. No se pierdan la oportunidad de contemplarla. Con una búsqueda en Google la encontrarán enseguida.
fuentes http://www.lavanguardia.com/opinion/20160113/301363399196/el-carrito-del-mercadona.html

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