¿Qué sucede en el PSC?


EL socialismo catalán no es comparable a otros partidos socialistas del Estado. Sus orígenes tienen poco que ver con el primer núcleo del PSOE en Cataluña y mucho más con la creación de la Unió Socialista de Catalunya (USC) en 1923. La USC no surge como una escisión del PSOE sino como una confluencia entre sectores del catalanismo popular de izquierdas y del socialismo autóctono. Sus referencias serán el laborismo británico y las socialdemocracias germánica y nórdicas y su virtud, hacer compatibles obrerismo y catalanismo. Durante la Segunda República participó en los gobiernos de la Generalitat con Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). En 1936, una parte de militantes de la USC participaría en la fundación del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC). Tras la Guerra Civil, el socialismo catalán se encuadrará en otro grupo autóctono fundado en 1946, el Moviment Socialista de Catalunya (MSC). Paralelamente, otros futuros dirigentes socialistas (Pasqual Maragall, Isidre Molas...) militaban en la versión catalana del Frente de Liberación Popular (FLP), el Front Obrer de Catalunya (FOC).
En 1974, miembros del MSC y del FOC confluyeron en la creación de Convergència Socialista de Catalunya (CSC) o Partit dels Socialistes de Catalunya-Congrés (PSC-C), mientras otros núcleos se aglutinaban en torno al Partit dels Socialistes de Catalunya-Reagrupament (PSC-R). En abril de 1977, el PSC-C y la Federación Catalana del PSOE, que tenía fuerza entre los sectores obreros de la inmigración, pactaron ir juntos a las elecciones del 15 de junio y fueron la fuerza más votada (28,6% de los votos y 15 diputados de 47); mientras que el PSC-R se presentaba con el Pacte Democràtic per Catalunya (PDC), que incluía a Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Obtuvo el 16,9% de los votos y 11 diputados.
El proceso de unificación del socialismo catalán culminó en el congreso de julio de 1978 en el que el PSC-C de Reventós, la Federació Catalana del PSOE de Josep M. Triginer y los militantes del PSC-R que rechazaban el pacto con CDC fundaron el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), federado al PSOE pero con grupo propio en el Congreso de los Diputados. Las relaciones entre el PSOE y el PSC nunca han sido fáciles, sobre todo, en cuestiones que afectan a Cataluña. Ya en 1982, en relación con la LOAPA, se vieron las divergencias. El PSC era contrario a la modificación a la baja del régimen de autonomía y decidió presentar enmiendas al proyecto de ley, pero Felipe González y Alfonso Guerra amenazaron con romper la unidad socialista en Cataluña reactivando la Federación Catalana del PSOE si se oponían. De hecho, las relaciones han tenido siempre un punto de fricción, una velada amenaza y un equívoco: el excesivo catalanismo del PSC según el PSOE; la posible refundación de la Federación Catalana del PSOE, que mermaría los votos del PSC; el temor de los dirigentes socialistas catalanes a perder el voto de los inmigrantes de los 50 y los 60.
El PSC ha vivido tres décadas apresado por el temor de perder un voto socialista (los inmigrantes) pero no catalanista cuando al tiempo debía contentar a unos votantes -sobre todo en las comarcas rurales y en las clases medias urbanas- de claro perfil catalanista. Esa contradicción tiene que ver con los orígenes del partido y con la inmigración. Por una parte, durante la dictadura, el socialismo catalán tuvo un desarrollo interno independiente del PSOE que entronca con la tradición republicana de izquierdas, obrerista y catalanista y que le permitió jugar un importante papel en la preservación del hecho nacional. Por otra, la incorporación de un nuevo proletariado procedente de una inmigración de tradición socialista española abrió las puertas a la hegemonía socialista entre las clases populares del cinturón industrial de Barcelona.
El PSC ha vivido tres décadas apresado por el temor de perder un voto socialista (los inmigrantes) pero no catalanista
Por primera vez, los diputados del PSC en Madrid votaban distinto del PSOE, lo que ha tensionado las relaciones
El socialismo catalán ha vivido atrapado en una contradicción desde principios de los 80: no mostrar demasiado el perfil catalanista para no ahuyentar al voto de la inmigración y no indisponerse con el PSOE. Pero hace ya bastantes años que ese escenario dejó de existir. Por una parte, el grueso del voto en el cinturón industrial de Barcelona ya no es el de los inmigrantes, sino el de sus hijos o nietos que no mantienen las fidelidades políticas de unos abuelos llegados hace medio siglo o más de pueblos de Andalucía, Murcia o Extremadura. Por otra, el escenario político de Cataluña se ha movido muy rápidamente. Y en ese cambio de escenario el papel del PSC fue decisivo.
La llegada de Pasqual Maragall a la presidencia de la Generalitat en 2003 supuso la victoria de un outsider representante del sector más catalanista del socialismo catalán. En el acuerdo firmado por el PSC, ERC e ICV destaca el objetivo de "elaborar un nuevo Estatuto y adoptar un nuevo sistema de financiación", ya que el déficit fiscal creciente con España (la sensación, real, de que en términos de PIB se contribuye mucho más de lo que se recibe en financiación y en infraestructuras) estaban afectando al crecimiento de la economía catalana y al estado de bienestar de sus ciudadanos. Con la victoria del PSOE en las legislativas de marzo de 2004, parecía que tanto el nuevo Estatuto (Rodríguez Zapatero prometió aceptar el que llegara de Catalunya) como el nuevo sistema de financiación eran posibles. Error. Porque el tema del Estatuto reavivó las fricciones entre un PSOE español y un PSC catalanista que veía cómo el escenario había cambiado y muchos hijos o nietos de inmigrantes eran también catalanistas.
Acabó en desastre. El Estatuto fue recortado en el pacto Zapatero-Mas de enero de 2006 y en la comisión constitucional del Congreso. Se salvaron algunas cuestiones claves relacionadas con la financiación, pero el recurso del PP ante el Tribunal Constitucional (TC) hizo el resto. Cuando, cuatro años más tarde, se dictó la sentencia, la repuesta fue una gran manifestación en Barcelona (10 de julio de 2010). Lo que quedaba de sentimiento autonomista en Cataluña lo mató la sentencia del TC. A partir de entonces, la centralidad política se desplazó hacia el derecho a decidir ante la constatación de que era imposible llegar a ningún de entendimiento con un Estado que no acepta la pluralidad nacional. Además, el incumplimiento por parte del Gobierno español del pago de las cuantías derivadas del fondo de competitividad y de lo que quedaba del Estatuto contribuyó a incrementar la desafección política hacia España (como advirtió el president José Montilla en una conferencia en Madrid en 2007), al mismo tiempo que las políticas de recortes -aplicadas por el gobierno de CiU con el apoyo del PP desde 2011- alimentaban el sentimiento independentista bajo un prisma no identitario: lo que se penalizaba no es ser catalán, sino vivir en Cataluña. Un argumento muy poderoso si lo que se pretende es avanzar con la máxima cohesión social hacia la consecución de un Estado propio.
Las últimas secuencias son recientes: la gran manifestación del 11 de septiembre de 2012 bajo el lema Cataluña, nuevo Estado de Europa; la negativa de Rajoy a negociar un pacto fiscal; la resolución sobre el derecho a decidir del Parlament del 27 de setiembre de 2012, donde Ernest Maragall votó a favor rompiendo la disciplina de voto del PSC, que había optado por la abstención; la convocatoria de elecciones anticipadas, que fueron un descalabro para CiU y el PSC, pero una victoria indiscutible del voto a favor del derecho a decidir; la Declaración de soberanía y el derecho a decidir del pueblo de Cataluña del 23 de enero que fue aprobada con los 85 votos (sobre 128 votos emitidos) de CiU, ERC, ICV y de la Candidatura de Unitat Popular (CUP) y los votos en contra del PP, Ciudadanos y el PSC, lo que provocó la segunda ruptura socialista ya que cinco diputados se negaron a votar; y los episodios de guerra sucia de orígenes nada claros.
Es el escenario en el que tiene que lidiar Pere Navarro, nuevo secretario general del PSC tras el 12º congreso (diciembre de 2011), donde tuvo el apoyo del aparato del partido y de una parte importante de los electos municipales. Y ha de lidiar con dos toros de peso: contener la caída libre del PSC en las elecciones (52 parlamentarios en 1999; 42 en 2003; 37 en 2006; 28 en 2010; 20 en 2012) y adaptar el programa socialista al nuevo escenario. Pero el exalcalde de Terrassa ha sorprendido a propios y extraños. Después del error de votar en contra de la declaración del 23 de enero y a la vista del descontento que ello ocasionó entre los dirigentes más vinculados al sector catalanista y, sobre todo, entre las bases, Navarro viró y el PSC apoyó en el Congreso las propuestas de CiU e ICV que defendían negociar con el Gobierno español la realización de una consulta legal y acordada (en este caso fue Carme Chacón la que no votó). Por primera vez, los diputados del PSC en Madrid votaban distinto del PSOE, lo que ha tensionado las relaciones entre ambos partidos. Y, sin embargo, Navarro ha sido muy claro: sí rotundo a que los ciudadanos puedan decidir; hacer lo posible para que la consulta sea legal; en contra de la independencia de Cataluña. No son malas cartas para ocupar el espacio vacío entre los férreos partidarios de negar el derecho a decidir con el pobre argumento de la Constitución, los partidarios de la independencia y las dudas de CiU, sobre todo de UDC. Pero habrá que saber jugarlas. Incluso con la oposición del PSOE.
fuenteshttp://www.noticiasdegipuzkoa.com/

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